El silencio muchas veces se disfraza de calma, pero en realidad puede ser la forma más dolorosa de discutir. No hay gritos ni portazos, pero hay frialdad, distancia y un vacío que crece poco a poco.
Hoy quiero contarte qué ocurre cuando el silencio se instala en la pareja y la familia, por qué puede ser tan dañino y cómo transformarlo en un diálogo sanador.
El silencio como una grieta invisible
Imagina un jarrón con una pequeña fisura. Al inicio parece intacto, pero poco a poco pierde agua hasta vaciarse. Así es el silencio: al principio no lo notamos, pero va secando la relación hasta dejarla sin vida.
¿Por qué callamos?
Existen distintos tipos de silencio:
- Silencio por orgullo: me callo para no “dar mi brazo a torcer”.
- Silencio por miedo: temo al conflicto o al rechazo.
- Silencio por indiferencia: ya no me importa lo suficiente.
Lo que parece un “descanso” en realidad es un muro que levanta más distancia.
John Gottman describe este fenómeno como stonewalling o bloqueo emocional. Callar de forma sistemática transmite rechazo y deteriora la confianza. Las parejas que evitan hablar de conflictos tienen más probabilidad de ruptura que aquellas que se atreven a discutir con respeto.
Un mirada desde la Palabra de Dios
Efesios 4:25 nos invita: “Digamos siempre la verdad, porque somos miembros de un mismo cuerpo.”
El silencio resentido es como cortar la circulación de ese cuerpo: afecta la salud de todo el vínculo. Y Proverbios 15:1 nos recuerda que la solución no es callar ni gritar, sino responder con amabilidad.
Tres herramientas prácticas para romper el silencio
- El espacio de los 10 minutos: conversa cada noche con tu pareja sin pantallas, solo sobre emociones.
- Preguntas abiertas: cambia “¿todo bien?” por “¿qué fue lo más difícil de tu día?”.
- Diario compartido: escribe lo que no dices y léanlo juntos semanalmente.
Conclusión
El silencio no es neutral: es un lenguaje que hiere cuando sustituye al diálogo. Abrir la boca con amor, aunque tiemble, puede ser el inicio de la sanidad.
🌿 Hablar no siempre resuelve de inmediato, pero callar siempre acumula.
Con cariño y en Cristo,
Sarita Oliden